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Monseñor Oscar Sarlinga

Ser pobre (“anaw”) en el espíritu, para creer y servir, en especial a los abandonados

Dióc. Zárate-Campana

El Centro de Nuestra Señora de Lourdes, en Maquinista Savio celebra con centenares de fieles y la presencia del Obispo

Dicho centro de promoción humana integral, constituido en asociación civil y cuyos fieles forman a la vez una asociación privada de fieles (la cual, como grupo de fieles aunados, cumplió 10 años, y que fuera “reconocida” canónicamente por Mons. Sarlinga en 2007) realiza una importante labor entre las familias del populoso barrio, con la dirección de la virgen consagrada LaurentinaBussano, ayudada por laicos y laicas de la región, que adhieren a esa obra de catequesis y de caridad social, entre los cuales el comedor para niños pobres y la asistencia de apoyo escolar para los mismos. También existe allí un “centro católico de piedad ecuménica” de oración por la unidad de la Iglesia, valiéndose de la intercesión de Santa Brígida, cuyo monolito marca el comienzo del barrio, al ingreso de la ruta que atraviesa MaquistaSavio.

Como lo ha hecho todos los años desde su presencia en diócesis, Mons. Sarlinga acudió nuevamente el 11 de febrero por la tarde, participó de toda la procesión y celebró la Santa Misa. Lo acompañaron Mons. Edgardo Galuppo, vicario general, el P. Nestor Villa, el P. Agustín Arévalo, el P. José de Estrada y los diáconos Carlos Bertone, Carlos Heredia y Oscar Cabrera. La asociación Scout católica estuvo presente en la organización de todo el evento.

La procesión siguió las principales calles del barrio, la mayoría sin asfalto, en medio de una realidad de pobreza a la que los vecinos tratan de paliar con esfuerzo y solidaridad. El Obispo, los sacerdotes y los diáconos iban detrás de la cruz procesional y el carrito que portaba la imagen de la Virgen en su advocación de Nuestra Señora de Lourdes, seguidos por centenares de fieles. La misa tuvo lugar a las 18.30 en el “campito” aledaño al centro catequético y promocional. Al término de la celebración se tuvo con las familias (de entre las cuales numerosos son los niños) en un ágape fraterno.

Homilía de Mons. Sarlinga

Queridos hermanos y hermanas:
Hemos realizado la procesión por las calles más intrincadas de este barrio, una barriada del interior de esta populosa localidad llamada Maquinista Savio, ella misma una gran población en torno a la ruta o carretera, con sus progresos, sí, y también con sus grandes, inmensas, necesidades sociales (y no menos necesidades espirituales). El nombre de “Pilar” puede evocar en la Argentina realidades muy diversas; ésta de aquí, que vemos en todo su verismo, no debemos soslayarla y menos olvidarla.

I. Peregrinación en la fe y “nueva imaginación de la caridad”
En esta procesión en la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, que ha sido peregrinación en la unión de los corazones, podemos decir, junto a los pobres más pobres, queremos también hacer nuestro el mandato amoroso del Señor, entre estos hermanos nuestros y con ellos: “Ven y sígueme” (cf. Mt 8, 22; 19,21; Mc 2,14; Lc 18, 22; Jn 21,22). Más que movidos por concepciones sociológicas (por válidas que puedan ser en su campo) queremos realizar este camino “en y desde la fe”, esa fe que halla su base en la profesión de fe de Pedro y que hoy se renueva en nuestros corazones de creyentes: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Esa fe que se hace “vida” en los cristianos, y que actúa como levadura para una transformación profunda.
Vinimos a “caminar juntos” procesionalmente, esto es, con el soporte de nuestro ejercicio físico y corporal, hemos hecho en el camino una “conversación con Dios” como dice San Gregorio de Nisa que es la oración[1] . Y oración con nuestro Dios-Padre y Amigo, pues ella misma es :”(…) una conversación familiar (homilía) con Dios”[2]. Si viéramos la vida humana como una pirámide de preminencias, descubriríamos que la fuente y a la vez la cima es orar a Cristo, por Él y en Él, esto es, jerarquizar la pirámide de la vida humana con Aquél que es “Camino Verdad y Vida” (Jn 14,6), con la ayuda de la Gracia, poniendo de nosotros ese esfuerzo requerido par comunicarnos con Dios, como una vez dijo el Papa Pablo VI, ese “esfuerzo afectuoso para con Dios” con lo cual caracterizó la oración, y la contemplación: “(…) ese esfuerzo de fijar en Él [Dios] la mirada y el corazón, que decimos contemplación, se convierte en el acto más alto y más pleno del espíritu, el acto que todavía hoy puede y debe jerarquizar la inmensa pirámide de la actividad humana” [3]. Los invito hoy, hermanos y hermanas, a sentirnos llamados a “ir mar adentro” – duc in altum – en el ser contemplativos para evangelizar y colaborar con la promoción humana, según la orden que Jesús dio a Pedro (cf. Lc 5,4), anunciar el Evangelio a “todas las gentes” (Mt 28,19), y lanzándonos hacia lo que está por delante, como corriendo hacia una meta (Cf Flp 13,14), en esta tierra, haciendo sonar la hora de una promoviente “nueva imaginación de la caridad”[4], sabiendo que estamos llamados a la eternidad.

II. En el espíritu de la Bienaventurada Virgen María, ser pobre, “anaw”, en el espíritu, para creer y servir, en especial a los abandonados.
“Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48), lo ha dicho la Santísima Virgen en la expresión del profetismo del pueblo de Israel en su pureza. Hoy también, en esta celebración, queremos cumplir con su palabra de santidad, llamándola: Bienaventurada, feliz, María, honrada hoy como Nuestra Señora de Lourdes”, pues nos convoca aquí, entre centenares de hermanos y hermanas; bienaventurada porque ha creído y su intercesión nos ayuda a creer, a afianzarnos en la fe y en el amor, a deponer orgullos y egoísmos, para ser “sencillos y humildes” (“anawin” como en el Salmo 131, 1) y a querer “servir” y no “ser servidos”. En el cántico que acabamos de escuchar se expresa toda la alegría del corazón humilde de la Virgen, que se estremece de gozo ante la grandeza de Dios: “Celebra, todo mi ser, la grandeza del Señor, y mi espí­ritu se alegra en el Dios que me salva” (Lc 1, 46). No podemos dejar de ver aquí el estremecimiento creyente de los “temerosos de Yaweh”, presente en los Salmos del Antiguo Testamento. Y esto, porque el Señor “ha mirado la pobreza de su sierva” (Lc 1 47).
La pobreza sociológica, estructural, no es un bien (al contrario); y se necesita de todos nosotros un mayor espíritu de compartir, y de ponernos a disposición para una transformación en el sentido de la Doctrina social de la Iglesia. Las condiciones de vida subhumanas constituyen otros tantos desafíos para nosotros, en una renovada promoción humana integral. La virtuosa “pobreza” en un sentido de vaciamiento interior y de disposición a la gracia del Espíritu nos moverá a una también mayor entrega generosa a esta causa, que exigirá de nosotros mayores sacrificios. Hemos visto con alegría en la procesión, fe, solicitudes, oración de petición, de acción de gracias, el caminar juntos, hacia este centro “Nuestra Señora de Lourdes”, que lo es de catequesis, de apoyo alimentario a niños más pobres, de apoyo escolar para esos niños, de recibimiento de tantos excluidos, de acogida, de caridad social, en fin. Hacen falta más “obreros” también para esta mies.
Les pido que no olvidemos a quienes se sienten abandonados, porque una de las más profundas heridas, de los más hondos sufrimientos es el abandono, en el orden que fuera. Hacen eco en cada hermano abandonado las palabras de Jesús desde la Cruz, con sálmica rememoración: Elì, lemà sabactàni?” – “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). Fue una prueba enorme para Jesucristo, en su humanidad. Sin embargo, no hubo en Él desesperanza alguna, antes bien, como dice el Papa Benedicto XVI: “Jesús en ese momento hace suyo el entero Salmo 22, el Salmo del pueblo de Israel que sufre, y en de este modo toma sobre sí no sólo la pena de su pueblo, sino también la de todos los hombres que sufren por la opresión del mal, y, al mismo tiempo, lleva todo esto al corazón de Dios mismo, en la certeza de que su grito será escuchado en la Resurrección” [5]. Lo pongo hoy en el corazón de ustedes (y me incluyo) para que hagamos de ese “clamor de esperanza del santo abandono” de Jesús en la Cruz, un incentivo de vida; no nos desanimemos, incluso aunque suframos por querer hacer el bien, incluso aunque nos hagan sufrir por ello. El Señor ha resucitado y, aun misteriosamente, en nuestro interior nos hace “ver su Rostro” (Cf Jn 12, 21), si es que lo imitamos en ser “mansos y humildes de corazón” (Cf Mt 11,29). Requiere, esto sí, de una ascesis de nuestra parte, la dimensión ascética es importante si uno se prepara para caminar “hacia dentro” en esta misión.

III. Vivir como miembros de la Iglesia en tanto creaturas nuevas, orantes y compasivas
Al atravesar las calles de este barrio, nuestro corazón palpitaba junto con el corazón de cada peregrinante, pero también de esas gentes que permanecían en sus casas, o en sus patios, en medio del calor agobiante que ha caracterizado a estos meses de verano. Muchos de ellos miraban con atención, el clero, la procesión, la imagen de la Virgen, o por lo menos percibían los cantos; otros manifestaban, quizá, apatía o indiferencia, y algunos casos aislados, a nuestro paso, pusieron mucho más fuerte su música o redoblaron una “batucada”. Es lo que nos toca vivir; nunca juzguemos con juicios lapidarios; amemos, partamos de la verdad y del amor. Hemos orado por todos, y así nos hemos sentido más Iglesia, pues ella es escuela de oración, como también la llamó una vez Pablo VI: “La Iglesia es la sociedad de los hombres que oran. Su finalidad primaria es la de enseñar a orar. Ella es una escuela de oración”[6]. El que ora de verdad muestra el Rostro límpido de Jesús incluso a quienes no han escuchado todavía el mensaje de salvación.
En este día de Nuestra Señora de Lourdes, y en la Jornada mundial del enfermo, pedimos liberación de la enfermedad espiritual, psíquica, física también, en la medida en que se haga en nosotros la voluntad de Dios. Incluyamos en nuestra súplica la liberación de lacerantes ansiedades, de pesadas cadenas del pasado y del presente, de pesos gravosos en el alma, de todo aquello que aunque quisiéramos no podríamos cambiar, porque ya ocurrió, y hemos de aceptar las leyes de la historia. Todo ello presupone, cual fuente, la liberación del pecado y todas sus consecuencias. El mismo Jesús espera que se lo pidamos, espera que se desencadene en nosotros lo que es más noble y elevado en el corazón humano, para ser sobreelevado por su gracia. Lo espera para nuestra familia, nuestras comunidades, porque si participamos de esta celebración y luego proseguimos con un egoísmo que lleva a hacernos daño unos a otros, entonces ello significa que no ha hecho efecto en nosotros (por no haber abierto el corazón) la gracia infinita de la Eucaristía, significaría, aún más, que no hubiéramos incorporado casi nada o nada del cristianismo, por más que con los labios lo digamos, lo clamemos y lo practiquemos exteriormente. Es signo de madurez espiritual el pasar distintas etapas en la toma de conciencia de todo lo anterior, desde cumplir con el deber, luego compartir, luego aceptar que por más que nos esforcemos los resultados no son conformes a esos esfuerzos ni al sacrificio puesto, eso también es ser “anaw”, y dejarle la soberanía a Dios, con la confianza puesta en Él, el Señor de la historia.
Redescubramos, por fin, el sentido de la compasión, en el prójimo sufriente. Jesús, que está presente en nuestro prójimo sufriente, quiere estar presente en cada acto de caridad y de servicio nuestros, al punto que Él mismo nos dice que no quedará sin recompensa ni siquiera “un vaso de agua” que hayamos dado “en su amor” (Cf Mc 9,41). Redescubramos hoy también el rostro de Cristo en los enfermos: “Estuve enfermo – dice Jesús de sí mismo- y ustedes me visitaron” (Cf Mt 25,36). En nuestras circunstancias concretas, según la lógica de la economía de la salvación, Dios mismo, presente en cada uno de nuestros hermanos sufrientes, espera que “vengamos a visitarlo”.
Redescubramos que el Señor “puede” sanarnos, si quiere y es para nuestro bien, y digámosle: “Sáname, Señor, hazme una creatura nueva”, a la manera como cuando se nos narra en el Evangelio que Jesús encuentra a un hombre gravemente enfermo, un leproso, que le pide: “Si quieres, puedes curarme” (Mc 1,41). Y bien sabemos que “Jesús andaba (…) predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad” (Cf Mt 9,35). ¿Nos animaremos a pedir como gracia, hoy, el contar con el espíritu del leproso, par tomar conciencia de la “miseria” nuestra, para entender lo que es “misericordia”?.
Aceptemos que Jesús nos diga: “lo quiero, queda curado, queda purificado” y pongámonos a su servicio, en la Iglesia, dándonos ejemplo los unos a los otros, a manera de San Pablo, quien nunca ocultó la Cruz que llegó, y al mismo tiempo no temió afirmar a los corintios: “Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1Cor 11,1). Porque la llamada a ser imitador de Cristo lo es a convertirse en creatura nueva, a llegar a ser “como Cristo” para encontrar en esta semejanza a través de la gracia una entera renovación a través de la caridad. No temamos, es el Señor quien nos ha dicho: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Expectativas meramente humanas sirven de poco. Es la esperanza “que no defrauda” (Rm 5,5) la que nos impulsa a caminar, tanto más que vamos acompañados siempre de la mano de María, “Estrella de la nueva evangelización”[7].

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notas
[1] Gregorio de NISA, Orat., I: De oratione Domini, PG 44, 1124.
[2] Clemente Alejandrino, Stromata, 7, 7, PG 9, 495.
[3] Paulo VI, en Insegnamenti, vol. III, 1965, pp.727.
[4] Cf JUAN PABLO II, Carta apostólica “Novo Millenio ineunte”, n. 50.
[5] BENEDICTO XVI, Audiencia general del 8 de febrero de 2012, en el Aula Pablo VI, Ciudad del Vaticano.
[6] Paulo VI, en Insegnamenti, vol. IV, 1966, pp.816-817.
[7] Cf JUAN PABLO II, Carta apostólica “Novo Millenio ineunte”, n. 57.

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