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Monseñor Oscar Sarlinga

La Transfiguración, la Cruz martirial y pascual, el don de la fortaleza, el tiempo propicio o kairós de la Misericordia.

La Transfiguración del Señor.

Nos preparamos para a la celebración de la “Transfiguración” del Señor, el 6 de agosto. Posee todo el significado del resplandor de Cristo verdadero Dios y verdadero Hombre, resplandeciente y teniendo junto a Si a Moisés (por la plenitud de la Ley) y a Elías (por el profetismo y la Unción).

Jesús preparó a los Apóstoles, los fortaleció con la visión de su gloria, “re-haciendo” -podemos decir- la “mirada” de ellos, para que no desfallecieran ante el escándalo -skándalon- de la Cruz, y que ésta deviniera “Cruz Pascual” en sus corazones, a su debido tiempo y con la acción del Espíritu.

Preparémonos para recibir, nosotros también, “transfiguración” de nuestras vidas, con el don de la fortaleza, que es del Espíritu Santo, que es don de mansedumbre y clemencia, templanza dada por el Fuego del Espíritu en los corazones nuestros, a veces tan heridos, tan lastimados.

“Lo nuevo” del cristianismo es “siempre” nuevo y a la vez renovador, siempre hacedor de creaturas nuevas en el Espíritu… Tengamos esperanza, siempre y bajo todas las circunstancias de la vida.

Este 6 de agosto, el día de la Transfiguración del Señor, se cumplen 35 años de la muerte del venerable siervo de Dios el Papa Pablo VI, quien llevó a buen término el Concilio Vaticano II. Roguemos en especial en ese día por una renovación continua en el Espíritu, en el Amor, en la profundización y expansión en nuestras historia del ser “un pueblo mesiánico”, Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo que vive, experimentando cada día más nuestra gozosa pertenencia a Ecclesiam suam… “Su Iglesia”, la del Señor, Iglesia en la cual podemos fiarnos, porque en la Cruz luminosa de Cristo está todo el Amor de Dios, su inmensa misericordia, y es éste el “tiempo”, la época, de la Misericordia. El venerable Siervo de Dios Pablo VI, pienso que pudo haber intuido el kairós de la Misericordia cuando hacía referencia a “la civilización del amor”.

Y respecto del efecto de la Cruz nuestras vidas, reitero la profundidad e iluminación de las palabras del Papa Francisco en su discurso el día de la Via Crucis con los jóvenes, en Río de Janeiro, del cual extracto algunos parágrafos:

“Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida.

(…)

“Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para huir de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: “Señor, ¿adónde vas?”. La respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”.

En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir en la Cruz”.

(…)

En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).

(…)

¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto, en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor indefectible de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos.

En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer”.

(DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO EN VÍA CRUCIS con los jóvenes en JMJ Río 2013, RÍO DE JANEIRO, 26 Jul. 13) 

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